Todos somos conscientes de la trascendental misión de la educación de niños, adolescentes y jóvenes, antes que todo en el seno de la familia, “primera escuela de humanidad” y, luego, en la escuela y en la educación superior.
Pero también hay consenso de la crisis por la que pasa la educación en Chile. Hay situaciones emblemáticas de esta crisis, como son los “overoles blancos”, agresiones a alumnos, apoderados y profesores dentro de establecimientos educacionales y el efecto en los alumnos y las familias de las frecuentes suspensiones de clases.
Frente a esta compleja realidad, el Papa León XIV aporta luces y pistas de solución a través de una Carta Apostólica, cuyo sugerente título es “Diseñar nuevos mapas de esperanza”. Nos recuerda la centralidad de la persona en el proceso educativo, iniciado en la familia y continuado en la educación formal. En todo proyecto educativo se ha de tener siempre presente la “visión del ser humano como imagen de Dios, llamado a la verdad y al bien”. Las múltiples metodologías deben estar al servicio de esta llamada.
Teniendo en cuenta las objetivas dificultades que tiene hoy el educador en su tarea de formar la mente y el corazón de niños y jóvenes, el mensaje del Papa León es que “educar es un acto de esperanza y una pasión que se renueva porque manifiesta la promesa que vemos en el futuro de la humanidad”. Es una esperanza que se fundamenta en el anhelo inherente de toda persona de querer conocer la verdad última y la tendencia instintiva hacia el bien definitivo, en búsqueda de la felicidad.
Aún siendo importante la infraestructura, hoy de una calidad muy superior a la de épocas pasadas, los planes de estudio y la capacitación técnica, es fundamental el educador. “Los educadores están llamados a una responsabilidad que va más allá del contrato de trabajo: su testimonio vale tanto como su lección. Por eso, la formación de los maestros —científica, pedagógica, cultural y espiritual— es decisiva”.
Ser profesor es una vocación de amor al servicio de los alumnos y de sus familias. La solución de la crisis en la educación pasa necesariamente por la calidad humana y espiritual del docente: “No bastan las actualizaciones técnicas: es necesario custodiar un corazón que escucha, una mirada que anima, una inteligencia que discierne”.
Por último, es imperativo asegurar el derecho inalienable de los padres a educar a sus hijos según sus propios principios y convicciones religiosas. La subsidiaridad exige al Estado asegurar ese derecho, estableciendo las condiciones legales y económicas para que las familias tengan la posibilidad real de contar con colegios subvencionados acorde con la formación impartida en el hogar. El Estado y las escuelas colaboran con los padres en la educación de los hijos.
