«Hermanos en Jesucristo:
El 8 de diciembre celebramos el misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Ella fue concebida sin pecado original, es decir, „en el primer instante de su concepción, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original por singular privilegio y gracia de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano“.
La Virgen María, como toda otra criatura humana después de Adán, también tenía necesidad de ser salvada por Jesucristo. Pero ella fue redimida de un modo distinto y más perfecto que el resto de los hombres. En efecto, si todos nosotros hemos sido salvados por Cristo después de haber contraído el pecado original, María fue salvada de él antes de contraerlo.
Ya el Génesis anuncia que habrá una mujer que siempre será enemiga del demonio, por quien entró el pecado en el mundo: “Pondré perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo” (Gn 3,15). Esta mujer es María, nunca sometida al demonio, precisamente porque, por gracia, Dios la preservó de todo pecado, el original y el personal. Luego cuando el Ángel San Gabriel le dice a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28), hace ver que Ella ha sido elegida de un muy especial por Dios porque será la Madre del Salvador y que, por ello, ha sido llena de gracia desde su misma concepción. Además, Santa Isabel, al decirle a María: “Tú eres bendita entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc 1,41), está diciendo que hay un paralelo entre la bendición de Dios para su Hijo Jesús (“fruto de tu vientre”) y para María. Ambos son benditos, Cristo por ser el Hijo de Dios, María por ser su madre que participa de su bendición.
La Inmaculada Concepción de la Virgen es el triunfo anticipado de la misericordia de Cristo manifestada plenamente en su muerte en cruz. María es la primera heredera de la santidad de su Hijo y la primera entre los redimidos por su Sangre. La Virgen María es un signo de Dios para nosotros, por el que quiere hacernos ver su designio de amor. Nada podrá impedir el triunfo final de Cristo, que consiste en la plena glorificación de sus redimidos.
Celebramos esta fiesta al inicio de Adviento, tiempo en el que María lleva a su Hijo en su seno virginal. La Virgen siempre pura y santa lleva a Jesús en su vientre purísimo para darlo a luz en Belén y entregarlo al mundo, para que todos reconozcan en Él al Salvador destinado a hacernos “santos e inmaculados ante Él en el amor” (Ef 1,4). En la espera de la Navidad, contemplemos el misterio de gracia realizado en María y esperemos confiados que las promesas del Señor se realicen en nosotros».
+Francisco Javier Stegmeier Sch.
Diócesis de Villarrica