Hermanos en Jesucristo:
Con el Domingo de Ramos hemos iniciado la Semana Santa, preparación para la celebración de los grandes misterios de la redención humana realizada por Cristo, muerto y resucitado. Muriendo, destruyó el poder del pecado, del demonio y de la muerte. Resucitando, nos devolvió la vida divina. Estamos todos invitados a participar de estos misterios especialmente en la Misa Crismal del Miércoles Santo, la Cena del Señor el Jueves, la Pasión de Cristo y su Vía Crucis el Viernes y, sobre todo, en la Vigilia Pascual a la espera de la gloriosa Resurrección de Jesús.
De esta manera reviviremos litúrgicamente lo anunciado por el propio Cristo: “Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de Él, lo azoten y lo crucifiquen, y al tercer día resucitará” (Mt 20, 17-18). El punto de partida de la Pasión del Señor es la celebración de la Última Cena, en la que anticipa sacramentalmente su sacrificio en la Cruz a través de la institución de la Eucaristía, “pues cada vez que comen este pan y beben este cáliz, anuncian la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1Cor 11,26). El Viernes Santo Cristo se ofrece al Padre en el sacrificio de la cruz, que lo lleva a morir derramando su Sangre por nuestra salvación.
Sabemos con certeza que Cristo no acabó su misión en la tierra en un sepulcro.
Todo lo contrario. El Señor se levantó de la tumba venciendo a la muerte con su Resurrección. Los discípulos de Jesús no estuvieron en vela junto al sepulcro, porque estaban convencidos que con su muerte todo se había acabado. Ya no esperan nada de Aquel a quien vieron hacer milagros y resucitar a muertos. Por eso, en la madrugada del primer día de la semana, el Domingo, las mujeres van al sepulcro a visitar el cadáver de Jesús. Los ángeles son los encargados de sacarlas de su error: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado” (Lc 24,5-6).
Nosotros estamos invitados en la noche santa de la Vigilia Pascual a estar despiertos junto a la tumba de Cristo, a la espera de su Resurrección. La Liturgia de la Iglesia, por la acción del Espíritu Santo, hace presente en cada celebración el misterio que se celebra. En este caso, se actualiza en cada creyente la misma gracia que aconteció en el instante de la Resurrección del Señor, hace ya casi dos milenios.
Quienes participamos con fe, año tras año, en la celebración de la Semana Santa y, sobre todo, en la Vigilia Pascual podemos dar testimonio de cuán verdadera es la acción de la gracia en nuestro corazón. El Señor nos renueva en nuestra vida cristiana, nos infunde su alegría y su paz.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica