Hermanos en Jesucristo:
Este sábado 8 de septiembre, fiesta del nacimiento de la Virgen María, a las 11:00 horas en la Catedral de Villarrica, serán ordenados sacerdotes tres jóvenes: Cristian Rivera, Daniel Rojas y Erwin Sanhueza. Jesucristo los ha elegido, de entre otros jóvenes, por pura misericordia y no por mérito propio. Como toda vocación cristiana, la llamada al sacerdocio nace por amor del Corazón de Cristo.
Cuando Dios lo quiere, la persona elegida comienza a experimentar una atracción por el anuncio de la Palabra de Dios y por la celebración de los Sacramentos, particularmente la Eucaristía. En su interior siente que se realiza en él lo que dice el Señor: “Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor” (Os 11,4). Es como si pasara Jesucristo por su vida y dijera: “Sígueme” (Mt 9,9). En efecto, en el corazón se percibe la llamada al sacerdocio con tanta claridad y fuerza que, bajo el impulso del amor divino, se anhela seguir al Señor a dónde Él quiera.
Pero cuando la vocación es realmente de Dios, también se experimenta la desproporción entre el don del sacerdocio que se recibe de parte del Señor y la propia indignidad. No puede ser de otro modo, porque el sacerdocio es algo santo que se refiere a cosas santas. En cambio la persona llamada está marcada por el pecado y las debilidades inherentes a él. Por eso, no es de extrañar la reacción de Pedro ante Jesús: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (Lc 5,8).
Aunque es verdad que Pedro es un pecador, como lo demostrará en tantas ocasiones, prevalece la gracia de la vocación por sobre el pecado del hombre. En efecto, “Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron” (Lc 5,10-11). Cristo no puede llamar sino a pecadores, porque todos lo somos. Y, sin embargo, es Cristo quien capacita al elegido precisamente a través de la gracia del Sacramento del Orden Sacerdotal, por la que es él mismo santificado y santifica a los demás.
La unión personal del sacerdote con Cristo, asegurada por el Sacramento del Orden, hará del sacerdote un santo, un hombre feliz, un ministro fructífero y un signo de luz y esperanza en medio de las oscuridades y decepciones de esta vida.
En el día de la ordenación se les preguntará a los tres jóvenes: “¿Quieren unirse cada día más a Cristo, sumo Sacerdote, que por nosotros se ofreció al Padre como víctima santa, y con Él consagrarse a Dios para la salvación de los hombres?”. Y ellos responderán: “Sí, quiero, con la gracia de Dios”. Oremos al Señor por estos tres nuevos sacerdotes para que sean fieles a lo que prometen.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica