[highlight]Extracto de la homilía de Mons. Francisco Javier Stegmeier, en la Misa de cierre de su visita pastoral por el decanato sur de la Diócesis de Villarrica (Panguipulli, 9 de noviembre de 2019). Sobre el relato del Evangelio de los discípulos de Emaús (Lucas 24, 13-35):[/highlight]
“Este hermoso episodio de los discípulos de Emaús nos muestra que Jesucristo está vivo, que había muerto pero finalmente resucitó. Por eso la acción de Cristo en su Iglesia es siempre eficaz y nos acompaña hasta el final de los tiempos. Cristo nunca abandona a su Iglesia precisamente porque Él vive.
Asimismo, nos muestra al Señor que se aparece y logra un milagro: que estos hombres se conviertan. Que se pasen de la desesperación a la esperanza, de la tristeza a la alegría. También logra que se conviertan hacia la vida eclesial, hacia la vida comunitaria, por eso cuando ven a Cristo Resucitado vuelven a Jerusalén, otra vez a la comunidad.
‘El mismo Jesús se acercó…’
Para explicar la alegría grande en el cielo cuando un pecador se convierte, el Señor propone la parábola del pastor que deja sus noventa y nueve ovejas para salir a buscar la perdida; también la de la mujer que busca la moneda perdida y cuando la encuentra llama a sus amigas y vecinas para compartir su alegría: ¿Cuál es la conexión entre ellas? la búsqueda del Señor. Ellos buscan y cuando encuentran, entonces se produce la conversión. Nosotros que estamos un poco “perdidos”, confundidos, sin saber muy bien a dónde ir, el Señor viene a nuestro encuentro y nos busca.
Como en Emaús, no es que el discípulo busque a Jesús Resucitado, es Jesús quien busca al discípulo. Él va al encuentro de estos hombres y lo hace a través de su Palabra. Escuchemos, pues, esta Palabra y dejemos que inflame nuestros corazones.
Con esto, si algo debemos pedirle hoy día al Señor es el don de la piedad. Este don es fundamental para que podamos experimentar lo que han experimentado estos discípulos: ese ardor, esas ansias, esa cosa que uno siente que algo está pasando adentro y no sabemos qué, pero es el Señor el que está actuando en nuestros corazones.
Pedir al Señor que, iluminados por su Palabra e inflamados por ella, podamos vernos a la luz del Señor: ver nuestra historia, nuestro pecado, lo que acontece en la Iglesia y en el mundo, no con criterios del mundo sino con criterios de Dios, a través de la palabra que se nos anuncia y que la Iglesia nos enseña.
‘Lo reconocieron al partir el pan…’
El Señor viene a nuestro encuentro especialmente en la Eucaristía. Los discípulos de Emaús reconocen a Cristo cuando parte el pan. Por eso la Eucaristía es el “sacramento de la fe” y por eso es tan importante el domingo.
Un signo maravilloso ante el mundo es que nosotros participemos de la Eucaristía, sobre todo dominical. Es allí donde el Señor va hacer en nosotros el milagro que hizo con los discípulos de Emaús: devolvernos la esperanza, el amor, la alegría la confianza en el Señor, la misión.
‘¿Acaso no ardía nuestro corazón…?’
Con el pasaje de los discípulos de Emaús vemos que la conversión no se refiere a algo simplemente moral, o que está sujeta únicamente a situaciones de sufrimiento o renuncia. La conversión a Jesucristo suscita en el corazón del hombre alegría, esperanza, confianza, ¡impulsa a la acción!
Que el señor, pues, suscite en nuestros corazones el gozo de sabernos amados y salvados por Él. Que fortalezca en nosotros la esperanza en tiempos difíciles para la Iglesia y para nuestra patria. En momentos en que fácilmente podría inundar nuestro corazón la angustia, la desesperanza, la tristeza y el miedo, el Señor nos da la esperanza de la salvación, de que finalmente el amor de Dios el que siempre triunfa en nosotros, en nuestras familias, en la Iglesia y en el mundo entero.
Los dos discípulos de Emaús iban tristes, desconfiados, desesperanzados, casi sin dirección alguna, como deambulando («llevamos ya tres días desde que esto pasó»). Esa es una actitud que a veces en la Iglesia también se difunde.
Hoy día viendo nuestra realidad fácilmente caemos en una cierta desilusión. Pareciera que frente al mundo, frente a tantas fuerzas contrarias, frente al poder de los medios de comunicación, pareciera que nosotros no podemos hacer nada. Eso pensaban también los discípulos: frente a la muerte, ¿qué se puede hacer? nada. Pero, ¿qué demuestra Cristo? que Él es el Dios que transforma la muerte en vida.
Para que podamos recuperar la alegría de la salvación y renovar en nuestros corazones la esperanza y la confianza, debemos de volver al Señor… y con esto a la Iglesia. Así como los discípulos de Emaús, luego de encontrar al Señor, vuelven a Jerusalén, a estar con los apóstoles, nosotros hemos de pedirle al Señor la gracia de que su presencia real en la Iglesia se manifieste en nosotros, porque la presencia de Cristo en la Iglesia está asegurada: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,20). ¿Y cómo se hace eficaz en el mundo esa presencia del Señor? a través de los cristianos, a través de nosotros.
Frente al dolor, al sufrimiento, al mal, uno podría también decir, como los discípulos de Emaús, “nosotros esperábamos que el Señor resucitara… y parece que no pasa nada”. Frente al dolor personal, familiar, social, también podríamos estar tentados a pensar de esta manera: que en este caso, en mi situación concreta, en mi problema, en lo que está pasando en la Iglesia, en nuestro país… pasan los días, pasa el tiempo y parece que Cristo aquí no puede hacer nada. Esa es una tentación del demonio y también de nuestra incredulidad, de nuestra falta de confianza en el Señor. Nosotros tenemos que acercarnos al Señor. ¡Jesucristo viene a estar con nosotros!
‘Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado…’
El Evangelio también dice que cuando reconocen a Jesucristo al partir el pan, los discípulos se levantan y vuelven de inmediato a Jerusalén. ¿Por qué? Primero, para volver a la comunidad, con los apóstoles, pero también por este ardor que tienen en el corazón que los impulsa a hablar y decir que se encontraron con Jesucristo, que el Señor que estaba muerto finalmente está vivo. ¡Porque ellos son testigos de esta verdad!
Así también el Señor nos invita a que seamos testigos de su resurrección, cada uno según quien es, según su carisma, pero que sea un anuncio con mucha fuerza, con mucho ardor.
En los registros de ataques a las iglesias, podemos ver con cuánta fuerza gritan y blasfeman, mientras que nosotros estamos ahí como tan “calladitos”, y si hablamos lo hacemos medio con vergüenza, casi no nos sale la voz. Bueno, Jesucristo nos llama a anunciarlo con humildad, con claridad, con respeto, pero también con el vigor propio de quien está convencido de que el Señor de verdad ha resucitado.
Esto nos lleva a que podamos vivir como testigos del Señor en nuestro ambiente, con alegría, con la fe, con la esperanza, con esa conciencia de que también nosotros estamos llamados a transformar el mundo, primeramente porque el Señor nos transforma a nosotros y así desde un corazón convertido contribuir conversión del mundo.