«Como católicos debemos ser críticos ante lo que muestran los medios masivos de comunicación y plataformas como Netflix. Muchas de las veces son Ideologías contrarias a Dios las que las incentivan y dan forma. Aquí narro un poco sobre mi paso por la universidad, donde comprendí que el sistema educativo superior es, en gran medida, el culpable de esto».
Escrito por Diego Serrano Rodríguez
* Las opiniones expresadas en este documento son responsabilidad exclusiva del autor.
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Muchos católicos ya están al tanto del subjetivismo, progresismo y anticristianismo que caracteriza esta época. El que permea hasta la intimidad del hogar a través de las redes sociales, el diario, la radio y por sobretodo las películas. Una rápida mirada a Netflix evidencia esto. Series como “Por 13 razones”, “Lucifer”, “Breaking Bad”, “Juego de tronos”, “La pecadora” o “Élite” y películas como “The joker”, “Una mujer fantástica” y “La chica Danesa” abundan. Y estas normalizan y justifican comportamientos inmorales y monstruosos. A la vez que transforman en objetos de consumo y masifican actitudes individualistas que casi nadie se le ocurriría siquiera mencionar. Estas producciones tienen “contenidos muy pesimistas, antropológicamente desastrosos, que llevan a muchos jóvenes a la tristeza”, como dice Diego Blanco, católico y productor de cine español que investiga y escribe sobre esto.
Y es que vivimos en una sociedad que ha dejado de lado a Dios, llamada por Benedicto XVI una «dictadura del subjetivismo». Que es movida por los vientos de doctrina. En ella nos dejamos llevar por lo “novedoso”, lo “de moda,” lo “moderno” y, sobre todo, por la ideología del Yo, que incita a abandonar toda concepción anterior y a cambiar de paradigma. Todo esto va en contra de aquellos valores que llamamos duraderos, firmes y trascendentales, aquellos que se fundan en la recta moral, en el amor, en la compasión y en el sacrificio. Virtudes que nunca desaparecerán, porque son en efecto fundadas por Dios, quien es por definición el eterno y el amor en esencia. Quien es él mismo por siempre.
Lo que la mayoría de la gente ignora es que todo esto no solo es fruto de las modas e ideologías predominantes, si no que viene impulsado, en gran medida, desde las universidades. Yo lo sé, porque lo viví. Estudié dirección audiovisual en la Universidad Católica. Una carrera sobre cine, televisión y documental. Y en ella se me instaba a que buscase mi mirada, lo único, lo nuevo. Toda manifestación se aceptaba. No había bien ni mal. Lo considerado como mejor era lo más novedoso o más provocador. ¿En qué terminaba esto? En que al final, las películas que hacíamos trataban sobre la liberación sexual, la apertura de la conciencia a salirse de lo establecido o la ciencia elevada a dios. Y esto a los profesores les encantaba. Nada menos que valores progresistas que hoy vemos, abundan en los medios.
Esto no solo pasa en Chile. Las carreras humanistas en todo el mundo son cuna de pensamientos extraños y las que más incentivan controversias. Y no es de extrañar. Los jóvenes, susceptibles a dejarse engañar por otros y sin una educación firme, son fácilmente adoctrinados por los profesores, con el argumento de que hoy hay que construir una sociedad nueva dejando de lado todo pensamiento establecido.
El problema con esto es que deberíamos aceptar cualquier punto de vista como válido. Dejando de lado el concepto de bien y mal. Lo que importa es lo que siento, y eso es el bien. Esto es muy problemático. No solo por el hecho de que es mentira, sino que hoy gracias a Internet y el cine, todo este individualismo y egoísmo tienen un alto parlante, llegando más lejos que nunca a través de documentales, películas y series.
En Jesús, Dios ha encarnado todos los valores dignos de imitar: perdón, amor, fortaleza, sabiduría, humildad y muchos más. Y nos ha dado esta vida para que ayudados por estos valores enfrentemos el combate de la fe. Para crecer en santidad, ayudándonos unos a otros. En Cristo estamos llamados a salir de nosotros mismos. No a satisfacernos, sino a darnos.
Y son estos valores los que a través de los siglos han sido la columna vertebral de las historias consideradas clásicas, las cuales han llegado hasta nosotros, porque han servido a la humanidad a vivir mejor. Ejemplo de esto son los cuentos folclóricos narrados por Disney, las tragedias griegas de Homero, los cuentos de fantasía medievales como el Rey Arturo y la historia del pueblo de Israel. Todas historias que quieren enseñarnos que en el hombre hay algo muy profundo que apunta hacia Dios para encontrar respuesta. Historias que nos interpelan. Porque tocan lo esencial de la búsqueda de nuestra vida.
Y nuestra vida es una historia que Dios planeó de antemano. Una historia santa, en la cual Él quiere enseñarnos a amar y por sobre todo a sacrificarnos por amor al otro, amando a nuestro enemigo, con miras a la vida eterna. Tu, yo, Israel, la Iglesia y todos los santos, hemos sido concebidos por Dios con una misión que dura toda la vida, que es ser reflejo de su amor, de su misericordia, para llevar al mundo la plenitud del designio divino.
Sin embargo hoy somos bombardeados con historias que enseñan valores tergiversados. Contrarios a la verdad y la virtud. No nos dejemos «evangelizar» por el mundo, porque este nos ofrece historias hechas a la rápida, superficiales, con solo ánimos de vender, que nada nos aportan y que nos amargan la vida. El mundo no busca narrar algo que puede ser gozado y amado universalmente por los hombres. Al contrario, nos quieren enseñar ideas extrañas a Dios, como la igualdad de género, la liberación sexual, el aborto, el progresismo y búsqueda exagerada del éxito. Enalteciéndolas como manifestaciones aceptables.
En palabras de Theodor Adorno, un pensador contemporáneo, se ha establecido lo que él llamó la “industria cultural”. Y esta no es más que una cámara de eco que perpetúa las ideologías de moda del momento utilizándolas en su beneficio. Mercantilizando toda manifestación de la sociedad y volviéndola una historia para el entretenimiento de consumo. Como nada importa, tampoco importa lo que podamos mostrar. Y lo que se muestran son asesinatos, fornicaciones, robos y muchas cosas más que van directamente en contra de la dignidad humana y dañan en el alma a quienes las consumen, porque al tergiversar la verdad enseñan que la vida no tiene sentido.
Como católicos estamos llamados a denunciar todo esto. A no permitir la banalización del hombre, quien ha sido creado para alcanzar la plenitud del amor de Dios. Hecho a su imagen y semejanza, como Hijo de Dios, el hombre es capaz de ser coheredero de Cristo. Llamado a dar de sí para el bien de la humanidad. Recordemos lo que dijo san Pablo: “Vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, ya que el espíritu de Dios habita en vosotros” (Rm 8,9).
El mundo tiene por primer interés el suyo propio y se ama con intenciones egoístas. Aferrémonos a nuestro aliado poderoso: Cristo mismo, quien dijo que el príncipe del mundo ya está juzgado. Él ya nos abrió el camino a la vida eterna. Él es la historia que deberíamos estar viendo y contando. La historia de la cual deberíamos estar aprendiendo. La única historia que verdaderamente nos salva.