La comunidad de Villarrica quedó impactada con la muerte de Benjamín y Matías, de quince y trece años respectivamente. Incluso despertó sentimientos de condolencia a lo largo de todo el país. Duele por las circunstancias del fatal accidente, por ser tan jóvenes y ser hermanos. También por el efecto en sus padres, sus tres hermanos y en su familia.
La muerte de niños y jóvenes y en especial de alguien a quien mucho se quiere, lleva a comprender un poco mejor lo que es la vida en este mundo. La vida es hermosa, es el valor más preciado en la tierra. Es el regalo más grande que se puede recibir de parte de Dios en este mundo. Por eso nos duele tanto la muerte. A todos se nos apretó el corazón al ver los juveniles rostros sin vida de Benjamín y Martín.
La muerte nos causa dolor, porque lo que cada uno lleva en lo más profundo del corazón es el anhelo de vivir. Dios creó al hombre para la vida. “Dios es un Dios de vivos, no de muertos” (Mt 22,32). Él no hizo la muerte. La muerte entra al mundo como consecuencia del pecado, es decir, el rechazo libre al amor de Dios, la desobediencia a su voluntad. El infierno es la perpetuación de este rechazo, que con razón es llamado “la segunda muerte” (Ap 20,14).
Frente al misterio de la muerte, San Pablo nos da la respuesta: “No queremos que ustedes estén en la ignorancia respecto de los muertos, para que no se entristezcan como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús” (1 Tes 4,13-14).
El amor a la vida inherente a toda persona y el dolor causado por la muerte de niños y jóvenes contrasta con el desprecio de la vida en nuestros días. Se ha perdido el sentido de la vida. Sin piedad se mata a adolescentes y jóvenes en el contexto del narcotráfico y de la delincuencia y se promueve la cultura de la muerte a través de la legalización del aborto y de la eutanasia.
La muerte de Benjamín y Matías en la flor de la vida debe ser como el grano de trigo que cae en la tierra y da mucho fruto (ver Jn 12,24). Que para estos dos hermanos el fruto sea la vida eterna y la resurrección, para sus padres y familiares sea la fe y la esperanza, la fortaleza y el consuelo, y para todos nosotros sea el anhelo del Cielo y el amar y defender la vida.
A Don Marcelo Sobarzo, padre de Benjamín y Matías, le oímos decir en todo Chile: “Bueno, Dios es el que tiene la última palabra en esto”. Es la expresión sencilla de la fe de los que ponen toda su fe en Dios. La última palabra no la tiene la muerte, sino el Señor, autor de la vida.
¡Adiós, Benjamín y Matías! A Dios se eleven sus almas, para un día volvernos a encontrar. Pidamos la gracia de vivir de tal modo en la tierra que merezcamos vivir algún día eternamente en el Cielo.
