“La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz” (Rm 13,12).
Este Domingo 30 de noviembre es el inicio del tiempo litúrgico de Adviento, en la gozosa espera del Señor Jesucristo que viene como plenitud de la humanidad, de la historia y de todo el universo. Es tiempo de esperanza, alegría y austeridad.
“La noche está avanzada, el día está cerca”. San Pablo manifiesta aquí la esperanza cristiana de un futuro luminoso, que ya se vislumbra en medio de la oscuridad de una noche que, más temprano que tarde, desaparecerá ante el resplandor de la luz. En este año del Jubileo de la Esperanza, celebración de los dos mil veinticinco años del nacimiento virginal de nuestro Divino Salvador, se nos recuerda que el nuevo tiempo ya se inició.
La auténtica esperanza no es un ingenuo optimismo que supone que lo que vendrá será mejor porque sí. Hoy no hay razones para ser optimistas, pero si es tiempo de esperanza. La esperanza se refiere a una actitud de la persona que la lleva a procurar un bien realista al alcance de la mano, aunque esto suponga perseverancia y un arduo trabajo por largo tiempo.
Si la esperanza humana es una virtud fundada en las propias capacidades y en el entorno social, como es la familia y la comunidad, que nos lleva a confiar en lo vendrá más adelante, cuánto más podemos confiar en el futuro cuando nuestra esperanza es sobrenatural, infundida por Dios en nuestros corazones: “La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,5).
La esperanza en Cristo es siempre fuente de alegría: “Estén ustedes siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres… El Señor está cerca” (Fil 4,4.5). En el orden puramente natural la esperanza es ya fuente de alegría, porque pensamos que el posible bien a alcanzar nos puede hacer feliz. Cuánto mayor y más segura es la alegría fruto de la esperanza en el Señor.
La esperanza en un bien futuro exige magnanimidad y renuncias a satisfacciones inmediatas y prescindibles. Frente a la esperanza cristiana, San Pablo, así como habla de la alegría, también dice lo siguiente: “Que la mesura de ustedes sea conocida de todos los hombres” (Fil 4,5).
En este tiempo de Adviento hemos de preparar el corazón poniendo nuestra mirada en la esperanza definitiva: “Busquen los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3,1-2).
Si algo debiese caracterizar al tiempo de Adviento es la oración, la austeridad y la alegría, porque a quien esperamos es al Salvador de todos los hombres: “Por eso, estén también ustedes preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre” (Mt 24,44).
