Con toda razón en el calendario anual se destaca el Día del Profesor, el 16 de octubre, en gratitud y reconocimiento a la labor educativa de tantos hombres y mujeres dedicados a formar a niños y jóvenes a lo largo de muchas generaciones.
En este año, esta fecha nos obliga a hacer memoria a una gran maestra chilena, Gabriela Mistral, porque estamos celebrando los 80 años del Premio Nobel de Literatura, merecidamente recibido por la innegable calidad literaria de su poesía.
Gabriela Mistral era una mujer de profunda fe. Su innato talento literario junto a su viva religiosidad la llevó a componer hermosas oraciones transidas de su experiencia mística de Jesucristo. Ella unió en una sublime síntesis su vocación docente, su capacidad expresiva a través de la escritura y su fe.
Por ejemplo, en uno de sus poemas ora con Jesús y le dice: “¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra”. Es una oración humilde, que todos los que tenemos la misión de enseñar a otros deberíamos repetir muchas veces. Todo profesor debe reconocer la grandeza de su misión y la responsabilidad ante Dios de moldear las mentes y los corazones de los alumnos. ¡Cuánto esperan de Ustedes los padres y las familias cuando les confían sus hijos!
La tarea del profesor es ardua y desafiante, no exenta de contrariedades y fracasos. Pero en esto también Gabriela Mistral nos da un ejemplo. A lo largo de su vida, ella supo de sinsabores. Sin embargo, sabe que con la gracia de Dios es posible ser fiel a la vocación de profesor. Le decía a su Señor, Jesús: “Muéstrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie a la batalla de cada día y de cada hora por él”. La fidelidad a Cristo, a la verdad, a la enseñanza de la Palabra de Dios y a la Iglesia da la certeza de que nunca trabajamos en vano, a pesar de las dificultades. Hoy el Evangelio es también posible. La verdad, el bien y la belleza sembrada en los alumnos, tarde o temprano, dará frutos.
No puedo dejar de recomendar a los profesores orar a menudo a nuestro Divino Maestro con las mismas palabras de Gabriela Mistral: “¡Amigo, acompáñame! ¡Sostenme! Muchas veces no tendré sino a Ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más casta y más quemante mi verdad, me quedaré sin los mundanos; pero Tú me oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo. Yo no buscaré sino en tu mirada la dulzura de las aprobaciones. Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana”.
A todos Ustedes, profesores, llegue el saludo lleno de gratitud de las familias, de los alumnos y de la sociedad. Así como para Gabriela Mistral el Señor Jesucristo fue modelo, vida y fortaleza, también lo sea para Ustedes en su vocación educativa.
