
En tiempos donde se percibe que la juventud está cada vez más alejada del compromiso social y comunitario, un grupo de más de 1,500 jóvenes voluntarios desafía este estereotipo. Provenientes de diversas regiones de Chile, estos jóvenes, convocados por los proyectos de la Pastoral UC como Trabajo País, Misión de Vida, Siembra UC y Coro Misión País.
Uno de los destinos destacados fue la Región de La Araucanía, donde 96 voluntarios de Trabajo País se comprometieron a construir y reconstruir capillas y salones parroquiales, además de generar espacios de encuentro. En Quilimanzano, 28 jóvenes se dedicaron a esta noble tarea, mientras que en Dollinco y en Allipén, otros 34 voluntarios trabajaron incansablemente en cada localidad.
Estos jóvenes, con sus mochilas, sacos de dormir, cascos y martillos, no sólo se dedicaron a construir estructuras físicas, sino también a fortalecer el tejido social y espiritual de las comunidades que visitaron. A través de su trabajo y misión, demostraron que la juventud es capaz de realizar labores significativas y de impacto positivo en la sociedad.
Cristóbal Sánchez, encargado de la zona de Allipén del proyecto Trabajo País, expresó con claridad el espíritu de esta misión: “Nosotros no vinimos a construir una capilla, sino un lugar de encuentro. ¿Qué significa lugar de encuentro? Es que esta capilla, que al final son un par de palos, esté en ella la esperanza. Nosotros vinimos a transmitir esperanza poniéndonos al servicio de Chile”.
María Jesús Martínez, estudiante de enfermería de la Universidad del Desarrollo, compartió su motivación y experiencia: “Yo llegué a este proyecto porque muchas amigas me habían comentado. Siempre he buscado hacer un acto como de servicio a la comunidad y encontré la mejor manera de poder hacerlo. El Señor se me ha presentado en el proyecto impresionantemente, Dios está aquí, a través de la comunidad. Siento que en cada persona lo he podido ver y me ha ayudado a reafirmar mucho más la fe”.
Agustín Salgado, estudiante de Ingeniería en la Universidad Católica, también compartió su experiencia: “Bueno, yo asistí a este voluntariado, ya el año pasado fue mi primera vez, y yo llegué aquí gracias a mi hermano. Mi hermano participa de esto, también lidera algunos grupos. Mi experiencia ha sido súper buena, aquí hemos aprendido a trabajar en equipo, hemos aprendido a armar cosas gigantes que no llegamos a imaginar, a formar una comunidad, a reunir una comunidad y a participar con ella. Y es lo más importante porque me llena de felicidad ver los felices a ellos. Y más que nada eso, venimos aquí a forzarnos a lo todo para poder así armar estas cosas”.
Estos jóvenes voluntarios representan una luz de esperanza en un mundo que a menudo parece dividido y desolado. Su compromiso no solo fortalece a las comunidades que visitan, sino que también revitaliza la imagen de una Iglesia joven y en salida, dispuesta a enfrentar las necesidades materiales y espirituales del país.
El trabajo de estos jóvenes voluntarios en La Araucanía y en otras regiones de Chile es un testimonio poderoso de cómo la juventud puede ser un agente de cambio. En un invierno particularmente duro, con inundaciones y frío extremo, su labor adquiere un significado aún más profundo y esperanzador.
En definitiva, estos jóvenes están demostrando que el compromiso, la solidaridad y la Fe no conocen fronteras ni edades, y que su dedicación es un regalo invaluable para la Iglesia y la sociedad chilena.
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