En el Mes de la Patria, deberíamos escribir cosas hermosas acerca de Chile, pero las circunstancias obligan a referirse a un hecho penoso: la pretensión de legislar sobre un proyecto de ley de eutanasia.
Esto motivó que el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal emanara una Declaración el 10 de septiembre de 2025. En ella se recuerda que la defensa de la vida no se reduce al ámbito estrictamente religioso, sino que surge como exigencia de la misma naturaleza de toda persona humana. “La eutanasia sigue siendo un acto inadmisible, incluso en casos extremos, ya que constituye una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal” (Juan Pablo II, Evangelium Vitae, n. 65).
Es por ello por lo que se equivocan los legisladores que se declaran católicos y apoyan la ley de eutanasia escudándose en que legislan para católicos y no católicos.
La moralidad de una acción no depende de las corrientes ideológicas en boga, de la corrección política, ni del cálculo electoral, ni del aplauso de los medios. Hace poco decía el Papa León XIV: Estamos llamados “a servir a la vida, es decir, cuidar de la existencia de los demás en el tiempo que compartimos. Esta es la ley suprema, que está por encima de cualquier norma social y le da sentido”.
En la Declaración se nos recuerda que la eutanasia “representa un quiebre radical con la praxis médica que, durante siglos, ha sido guiada por el respeto a la dignidad de la vida humana, tanto en la tradición precristiana como en la cristiana. La medicina tiene, por su propia naturaleza, una vocación de restauración y cuidado cuyo fin último es preservar y valorar la vida humana”.
La respuesta al drama de la enfermedad y el dolor no es matar, sino acompañar con afecto al enfermo, idealmente por la propia familia y en su hogar, demostrándole que se le ama con predilección y que de ningún modo es una carga para sus seres queridos. Junto a esto, está la atención espiritual. La tarea de la autoridad y la comunidad médica es procurar los cuidados paliativos necesarios para aliviar el sufrimiento, pues un enfermo que pide morir lo que está queriendo decir es que quiere dejar de sufrir.
“Confiamos en la sabiduría del Senado y en su responsabilidad de proteger la vida”, para que no se apruebe la eutanasia. Invito a todos a orar al Señor de la vida por nuestras autoridades y legisladores para que promuevan la defensa de la vida desde su concepción hasta su muerte natural.
Ver declaración completa del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal en www.iglesia.cl
