
El sábado 25 de febrero de 2023 a las 15:25 horas, en el Hospital de Lanco, falleció Monseñor Sixto José Parzinger Foidl, Obispo emérito de la Diócesis de Villarrica.
Quienes fuimos testigos de la ejemplar vida cristiana y religiosa de Don Sixto, pudimos constar presencialmente que en verdad así como se vive así se muere. Después de una repentina enfermedad fue llamado por el Señor en cosa de días. Se puede decir que, desde su Bautismo a los cuatro días de nacido, toda su vida, fue una preparación para el momento del paso de la tierra al Cielo.
Sabiendo Don Sixto que le quedaba sólo un palmo de vida, quizá solo algunas horas, nos manifestó cuánta alegría experimentaba en su corazón saber que podría estar muy pronto con el Señor y con su Madre, la Virgen María. Él no hablaba de la muerte, sino de la vida. Para los que creemos en Cristo, la vida no termina, sino que se transforma. A un hombre de fe le nace decir como San Pablo: “Deseo morir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor” (Fil 1,23).
Pasado un año desde el fallecimiento de Don Sixto es posible que no seamos capaces de recordar todas sus palabras y toda su obra a lo largo de sus más de noventa y un años de vida. Sin embargo, se va afianzando entre nosotros su testimonio cristiano y religioso.
En personas como él, el hacer y el tener van retrocediendo cada vez más a un segundo plano, hasta casi desaparecer, dejando paso al emerger del ser más profundo de su existencia. En sus últimos años de vida Don Sixto no era simplemente alguien que hacía cosas buenas o enseñaba algunas verdades, sino era, sobre todo, un hombre bueno y sabio. Si en algunos casos se aplican las palabras del Profeta: “Viejo en años y en pecados” (Dn 13,52), en nuestro caso no es así. Al contrario, si algo caracterizó a Don Sixto es que a medida que envejecía, más crecía en virtud y en la misma medida iban disminuyendo los defectos.
Es por ello que Don Sixto “pasó haciendo bien” (Hch 10,38). En cualquier lugar su sola presencia creaba un ambiente de paz y alegría espirituales. Quizá no hacía cosas buenas ni hablaba mucho, pero su bondad sobrenatural irradiaba bondad y suscitaba fe, esperanza y caridad.
Estoy convencido que la comunión de vida entre el Señor y Don Sixto, alimentada por su vida eucarística, su oración y devoción a María, le llevó a asemejar su corazón al Corazón de Cristo, aprendiendo de Él su mansedumbre y humildad (ver Mt 11,29).
El testimonio de Don Sixto nos dice a nosotros, inmerso en la vorágine de la vida moderna: “Gusten y vean qué bueno es el Señor; dichoso el que se refugia en Él” (Sal 34,9). Se es feliz no por el hacer y el tener, sino por el amor de Cristo infundido en lo más profundo de nuestro ser, como aconteció con la Virgen María y también con Don Sixto.
 
			         
			         
			        