
Todos los chilenos nos unimos en la celebración de las Fiestas Patrias. Son días de alegría y de compartir en familia. Este ambiente festivo y fraterno es reflejo del anhelo que todos tenemos de vivir en un Chile unido y en paz.
Así como el alma es el principio vital de unidad y armonía de todos los miembros de un organismo vivo, también la riquísima variedad de manifestaciones de un país requiere de un alma que le de unidad, cohesión y concordia.
En el Mes de la Patria recordamos la historia de Chile, sus grandes gestas y también sus momentos de alegría y de tristeza, algunas de ellas provocadas por el hombre y otras por desastres naturales. A lo largo de los siglos, en medio de todas las vicisitudes, con sus más y sus menos, se había mantenido un hilo conductor, que daba unidad a todos los chilenos, aún en medio de tan diversa y legítima diversidad.
Todos estábamos de acuerdo en lo fundamental del concepto de persona y de sociedad. Habíamos recibido la revelación del Dios vivo y verdadero, Padre y Hijo y Espíritu Santo. Todos teníamos la misma fe en Jesucristo, plenitud de la revelación y de la salvación de Dios, continuada en la Iglesia, a través del anuncio del Evangelio y la celebración de los Sacramentos.
Es verdad que, aunque poco a poco muchos dejaron de adherirse a estos misterios de la fe, sin embargo, se mantuvo, por feliz inconsecuencia, la concepción cristiana de la persona humana, del matrimonio y de la familia. Así, estaba en todos la conciencia del respeto irrestricto de los derechos humanos. No todos los respetaban, ciertamente. Prueba de ello son los asesinatos, las injustas discriminaciones, la tortura, el aborto, las injusticias de todo tipo… Pero todos sabían que eso estaba mal. Nunca se legalizó el crimen y los tribunales de justicia aplicaban las penas correspondientes.
Pero ha habido un largo proceso de cambio de paradigma cultural. La persona está dejando de ser una criatura del todo especial, hecha a imagen y semejanza de Dios. Se ha llegado a equipararla a los animales, reduciéndola a una partícula más del cosmos. Es por ello que ya no se entiende debidamente la expresión “irrestricto respeto de los derechos humanos”, porque se ha diluido el concepto de persona y de su inalienable dignidad. Ejemplo de ello es la no consideración del niño por nacer como persona y la legalización del aborto. La unidad verdadera y duradera sólo podrá darse si todos coincidimos en los principios fundamentales de la convivencia social. Sobre todo, si volvemos a Cristo y reconocemos en Él el alma de Chile que da vida a la Patria y la convierte en una familia en la que todos tienen acogida, sin descartar a nadie: el niño por nacer, la mujer con embarazo vulnerable, el migrante, el minusválido, el anciano postrado, el enfermo terminal.