
En los últimos decenios se ha tomado mayor conciencia de la gravedad del abuso sexual, se ha visibilizado el gran número de víctimas y se conoce cada vez mejor las secuelas en la persona abusada.
En el documento “Dignitas infinita” se dice: “La profunda dignidad inherente al ser humano en su totalidad de mente y cuerpo nos permite comprender también por qué todo abuso sexual deja profundas cicatrices en el corazón de quienes lo sufren: éstos están, de hecho, heridos en su dignidad humana” (43).
Lo que hoy nos parece obvio, en algunos sectores de la sociedad años atrás no lo era tanto. Al contrario, a partir del año 1968 se inicia una campaña de legalización de la pedofilia, sobre todo en países europeos. Entre otros ejemplos, podemos citar al diario francés Le Monde que en su edición del 26 de enero de 1977 promueve una iniciativa que busca rebajar la mayoría de edad a doce años para lograr la “liberación sexual de los niños”. Entre quienes firmaron apoyando esta iniciativa están Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir.
También algunos partidos políticos promovían la posibilidad de la pedofilia. El 12 de noviembre de 2014, el partido alemán de Los Verdes tuvo que reconocer que en la década de los ochenta implementó programas de formación justificando relaciones sexuales entre mayores y menores de edad.
Detrás de esta pretensión, aún no superada del todo, de legalizar comportamientos sexuales indebidos está una falsa concepción de la persona humana, como si su razón de ser se redujese sólo a satisfacer al máximo el placer. Es la expresión del hedonismo que busca el placer como fin y fundamento de la vida, al margen de la verdad y el bien del hombre.
La sociedad debe prevenir por todos los medios posibles la ocurrencia del abuso sexual, especialmente a través de ambientes protegidos y un marco legal adecuado. Pero todo esto es insuficiente si no se promueve en la sociedad la verdad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Además es necesario fortalecer la familia fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, monógamo e indisoluble, vivido en fidelidad. No hay mejor ambiente que la familia para prevenir el desarrollo de actitudes abusivas y el mismo abuso. Los padres han de inculcar a sus hijos, con el ejemplo y la palabra, las virtudes conducentes a alcanzar una vida plenamente humana, para la propia felicidad y para el bien de los demás. En la integridad de la persona, la virtud de la castidad juega un rol insustituible en la prevención de actitudes abusivas.
En colaboración con los padres, también la escuela es una instancia que debe cumplir un rol de innegable valor en la promoción de una sana sexualidad y la prevención de todo tipo de abuso y, en este caso, el sexual.