
Hace poco, jóvenes españoles realizaron un trabajo de voluntariado en colegios en Chile y quedaron sorprendidos de ver alumnos con síndrome de Down. Se dice que en Francia no se ven personas que tengan esta condición. ¿Por qué que en países europeos no se les ve en calles y escuelas? Se sabe que la mayoría de estos niños, al ser diagnosticados con este síndrome, son abortados.
El documento que hemos estado comentado, “Dignitas infinita”, considera “el descarte de las personas con discapacidad” como una grave violación de los derechos humanos. La legalización del aborto y la eutanasia es expresión del avance de una sociedad del descarte de los más débiles.
“Un criterio para verificar la atención real a la dignidad de cada individuo es… la atención prestada a los más desfavorecidos. Nuestro tiempo, por desgracia, no se distingue mucho por esa atención: en verdad, se está imponiendo una cultura del descarte. Para contrarrestar esta tendencia, merece especial atención y solicitud la condición de quienes se encuentran en situación de déficit físico o psíquico. Esta condición de especial vulnerabilidad, tan relevante en los relatos evangélicos, cuestiona universalmente lo que significa ser una persona humana, precisamente desde un estado de deficiencia o discapacidad. La cuestión de la imperfección humana tiene también claras implicaciones desde el punto de vista sociocultural, ya que, en algunas culturas, las personas con discapacidad sufren a veces marginación, cuando no opresión, al ser tratadas como auténticos «descartados». En realidad, todo ser humano, sea cual sea su condición de vulnerabilidad, recibe su dignidad por el hecho mismo de ser querido y amado por Dios. Por estas razones, debe fomentarse en la medida de lo posible la inclusión y la participación activa en la vida social y eclesial de todos aquellos que, de alguna manera, están marcados por la fragilidad o la discapacidad.
En una perspectiva más amplia, se deberá recordar que la «caridad, corazón del espíritu de la política, es siempre un amor preferencial por los últimos, que está detrás de todas las acciones que se realicen a su favor los pobres, preocuparse de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la ‘cultura del descarte’. Significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad»… «Hay que hacer lo que sea para salvaguardar la condición y dignidad de la persona humana»” (53-54).
La calidad humana y moral de una sociedad se verifica por el trato a los más frágiles y vulnerables, desde el niño por nacer hasta el enfermo terminal y el anciano.