
Si hace un tiempo nos asombrábamos de ciertos delitos particularmente violentos,
pareciera que de un tiempo a esta parte nos hemos ido poniendo indiferentes. Los
medios de comunicación siguen informando de estos hechos, pero cada vez impactan
menos. Es como si no fueran el bien y la virtud las que se hacen costumbre, sino el mal
y el vicio.
En general, se pueden identificar algunas causas de la progresiva extensión y
gravedad de los delitos (sicariato, secuestros, ajustes de cuentas, quitadas de droga,
asaltos con asesinatos…), como son un cierto permisivismo en las autoridades,
desintegración de la familia, declive de la calidad educacional. Así podríamos nombrar
otras causas que explican la actual situación de inseguridad.
Sin embargo, hay que ir más profundo, a la raíz de estas mismas causas. Estamos
viviendo un cambio cultural vertiginoso, quizá como nunca antes había acontecido en
nuestra historia. Los profesores son testigos de cómo los alumnos ingresados este año
son distintos en su modo de pensar y comportarse a los del año anterior.
En nombre de la plena realización de la libertad se induce, especialmente a niños y
jóvenes, a la negación de todo límite, traspasando las fronteras de la verdad y del bien.
La moral objetiva y universal dejó de ser la luz que orienta el comportamiento humano
individual y social.
Con el avance de las ideologías en la configuración de la cultura dominante, se
imponen criterios orientadores de las conductas fundados no en la verdad y en el
auténtico bien de la persona, sino en el individualismo que sólo procura satisfacer el
propio bienestar, cerrado al bien común y a la dimensión trascendente de la existencia
humana.
Está surgiendo una cultura cuyo pensamiento y modos concretos de vida ya no toma
en cuenta los principios morales inherentes al orden normal de la realidad, reconocibles
por la razón natural, iluminados y vivificados durante siglos por la fe en Cristo,
fundamento de lo que conocemos como civilización occidental cristiana.
Hasta hace un tiempo, la conducta personal y social era guiada por la conciencia moral
cristiana. Por debilidad o malicia, siempre ha habido pecadores y delincuentes en
cualquier comunidad humana, pero contenidos por su misma conciencia y por la
sociedad (la familia, la escuela, las amistades, el vecindario…). El fruto era un
ambiente seguro y confiable: se podían dejar los autos sin llave, las casas con las
puertas abiertas, la ropa tendida, las bicicletas en la vereda, caminar tranquilamente
por las calles. Nuestros mayores dan testimonio de esto.
En cambio, el rechazo de reconocer la capacidad de la razón humana de conocer la
verdad y que sea la fe en Cristo la que configure la vida social y la cultura ha llevado
progresivamente al punto crítico en que nos encontramos hoy.
 
			         
			         
			         
			        