
En este año, el Miércoles de Ceniza es el 14 de febrero. La ceniza es un signo usado en el Antiguo Testamento. Ahí se dice: “Revuélcate en la ceniza” (Jer 6,26), “volví mi rostro al Señor, Dios, buscándole en oración y plegaria, en ayuno, saco y ceniza” (Dn 9,3) o “todos los israelitas, las mujeres y los niños, los moradores de Jerusalén, se postraron ante el santuario, cubriéndose de ceniza sus cabezas“ (Jdt 4,11).
No es difícil comprender el simbolismo de la ceniza cada vez que vemos los efectos de un incendio. En estos días, en Valparaíso poblaciones enteras, construidas a lo largo de años con gran sacrificio quedan reducidas a cenizas en minutos. Lo que tenía un gran valor termina en nada.
Por eso, la Iglesia, inspirada en la enseñanza bíblica y en la fuerza expresiva de la ceniza, desde sus inicios usó este signo para indicar en nosotros el efecto del pecado, esto es, la muerte y la fragilidad. Pero es también signo de la misericordia de Dios que se compadece de nosotros, pecadores, y suscita en nuestro corazón el humilde reconocimiento de que somos pecadores y el espíritu de penitencia. A ello se nos invita, al decirnos en el momento de imponer la ceniza: “Conviértete y cree en el Evangelio” (ver Mc 1,15).
Basta un minúsculo fósforo para quemar un enorme y exuberante bosque, así como basta un pequeño descuido para perder la vida en un instante. Así de precaria y frágil es nuestra vida. Nuestra condición mortal se expresa con otra de las fórmulas en la imposición de las cenizas: “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás” (ver Gn 3,19).
El Miércoles de Ceniza es un día de esperanza en medio del reconocimiento del propio pecado, porque se hace contemplando a Cristo, que murió precisamente para perdonarnos y salvarnos, pero que también resucitó al tercer día para vencer la muerte, comunicándonos su propia vida y resurrección.
Durante cuarenta días, siguiendo el ejemplo de Cristo en el desierto, junto a toda la Iglesia, los cristianos hemos de intensificar la escucha de la Palabra de Dios, la oración y diversas formas de penitencia como preparación para nuestra participación en la celebración de los misterios centrales de nuestra fe, a saber, la Pasión, la Muerte y la Resurrección del Señor.
La mejor manera de vivir este tiempo de gracia es participando en la Eucaristía dominical, confesándonos, dedicando todos los días un momento de oración, haciendo ayuno (no solo de algunas comidas y bebidas, sino también de celular, internet y redes sociales, entre otros), y realizando buenas obras a favor de personas más necesitadas, por ejemplo, visitando enfermos, ancianos y personas solas, o colaborando con la Campaña de Cuaresma de Fraternidad, perdonando las ofensas y reconciliándonos con familiares y amigos.