
En Chile se multiplican las imágenes de la Virgen de Lourdes, cuya fiesta se celebra el 11 de febrero. Muchos son los santuarios dedicados a ella. En un día como éste, en el año 1858, María Santísima se apareció a Bernardita Soubirous en Lourdes, en el sur de Francia.
Nos narra Santa Bernardita que vio a una Señora tan hermosa, “que cuando se le ha visto una vez, uno querría morirse con tal de lograr volverla a ver”. Las apariciones de la Virgen fueron dieciocho, caracterizadas por breves mensajes recordando la enseñanza de Jesús de creer en el Evangelio, convertirse, orar y hacer penitencia por la conversión de los pecadores.
En una ocasión, la Virgen María pide a Bernardita que se lave. Sorprendentemente comienza a manar agua desde el suelo. Es la fuente que hasta hoy sigue corriendo en Lourdes. Son incontables los milagros obrados por el Señor a través de su Madre en este Santuario, tal como constata la ciencia, al no poder dar explicación humana a la sanación de tantos peregrinos.
Pero no solo se realizan milagros físicos y psicológicos, sino otros mucho más importantes y más numerosos: milagros espirituales. En efecto, la gracia del Señor en este lugar santo ha actuado en el corazón de cientos de millones de personas, aumentándoles la fe, la esperanza y la caridad, la paz, la alegría, el consuelo y la fortaleza de Dios. Además, está el testimonio de miles de ateos, incrédulos e indiferentes que, aún sin ellos buscarlo, se han convertido al Señor.
Es también necesario hacer notar que en las primeras apariciones, Bernardita aún no sabe con certeza quién es esta hermosa mujer. Ella le pregunta varias veces: “Señora, ¿quiere decirme su nombre?”. María sonríe, eleva sus manos y ojos al cielo y dice: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. El Papa Beato Pío IX, cuatro años antes, había proclamado el dogma de la inmaculada concepción de María, la “llena de gracia” (Lc 1, 28).
Es verdad que toda enfermedad es un mal que debemos intentar de superar por medio de la medicina y también recurriendo al poder de Dios, para que, si es su voluntad, se realice un milagro. Pero nunca olvidemos que el peor mal es el pecado, que nos aleja o separa del amor de Dios y que pone en peligro nuestra eterna salvación. Es por ello la insistencia de la Virgen María –al igual que en Fátima- de orar por la conversión de los pecadores, entre los que nos incluimos también cada uno de nosotros. Ella quiere ser instrumento de la redención de su Hijo, como en Caná, cuando dice: “Hagan todo lo que Él les dice” (Jn 2,5).
Por último, con ocasión de esta fiesta, el Papa Francisco nos invita a orar para que los enfermos terminales y sus familias reciban siempre los cuidados y el acompañamiento necesarios, tanto desde el punto de vista médico como humano.