
El tiempo corre veloz, siempre hacia adelante. En este mundo estamos sumergidos en la contingencia del trajín de cada día, que a veces pareciera absorberlo todo e impedirnos darle un sentido trascendente a los acontecimientos, con el peligro de que la vida se nos vuelva un agobio. El paso de los días nos señala que todos avanzamos hacia el futuro.
¿Cuál es ese futuro? Si a causa del pecado de nuestros primeros padres y la ausencia la esperanza, la muerte se presentaba como motivo de tristeza (ver 1 Tes 4,13), la venida de Jesús, el Mesías prometido nacido de la Virgen María en Belén, hizo que cambiara radicalmente la percepción del futuro. Lo mejor está por venir. La muerte no es el fin de todo, sino el paso de esta vida a una definitiva y eterna, plena de alegría y paz.
Cristo viene a hacer “nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Él es el Salvador que quita todo lo malo y es la Vida que todo lo rejuvenece, elevándonos a todos a la dignidad de hijos de Dios, por el nacimiento nuevo del agua y del Espíritu Santo (ver Jn 3,5).
Sólo Jesús, el único Mesías, puede aplicarse a sí mismo las palabras de Isaías: ”El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres el Evangelio, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19).
La vida eterna prometida y comunicada por Cristo, ya presente en nosotros por la gracia, nos hará pasar progresivamente de nuestra actual precariedad a una situación de alegría y paz personal y social insospechadas. El tiempo de Adviento está marcado por la esperanza cristiana y la alegría, que es su consecuencia. Por eso, para todos, la Navidad es tan hermosa.
Estas cuatro semanas de Adviento son un tiempo de gracia para nosotros, quienes nos hemos de hacer como niños ante Dios, sentirnos pobres en su presencia y reconocernos pecadores. Pero nos acercamos al Señor con confianza y seguridad, pues “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).
Se acerca nuestra liberación del pecado y de la muerte. Estemos vigilantes con la oración y la escucha de la Palabra de Dios. Anhelemos la venida del Señor, con la oración de los primeros cristianos, conservada en el idioma original arameo: “Marana tha” (Ven, Señor). No dejemos de suplicar, diciendo: “Ven Señor, Jesús”, para que se establezca su reino eterno y universal de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz.
Y contemplemos en este tiempo de Adviento a María, quien con fe, esperanza y amor estaba expectante ante el nacimiento de su Niño engendrado por obra del Espíritu Santo.