
San Alberto Hurtado, cuya fiesta celebramos ayer, es muy conocido por su obra a favor de los más pobres, especialmente a través del Hogar de Cristo. Quizá sea menos conocida la raíz de la que surge su impresionante actividad apostólica y social. Basta con leer sus escritos, para darnos cuenta que la íntima unión con Jesucristo explica su desbordante y multifacética donación para el bien de los demás.
San Alberto Hurtado comprendió que la vida cristiana nace de la donación de Cristo por amor. Él mismo se sabe fruto del amor de Cristo. Esta conciencia de la gratuidad de este amor le lleva a querer vivir en plena comunión con Jesús en la oración, en la celebración de la Santa Misa (según sus propias palabras: “Mi Misa es mi vida, y mi vida, una Misa prolongada”) y en la vida cotidiana, preguntándose siempre “¿qué haría Cristo en mi lugar?”.
Nuestro santo chileno conoció el amor de Cristo y su respuesta fue amar a su Señor con todo el corazón, con una intensidad que abarcaba todo su ser y su obrar. San Alberto Hurtado se dona por completo a Jesucristo y a sus hermanos, especialmente los más pobres, porque en ellos ve una presencia viva de Jesús. Como pocos comprendió y vivió el Evangelio: “Tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me recibieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a verme” (Mt 25,35-36).
La donación de San Alberto procurando la mayor gloria de Dios y el bien de los demás es mucho más que dar de su tiempo o dar cosas. Es la donación de si mismo por amor puro, humilde y desinteresado. Así lo sintetiza con sus propias palabras: “Todo se reduce a esto: servir a Dios y salvarme. ¡Darme a Dios para hallarme o darme a mí para perderme!”. De modo que si pedía a otros “darse hasta que duela”, es porque primero lo vivía él.
El amor del Corazón de Jesús es la clave del amor de San Alberto Hurtado. Ama a los demás por amor de Cristo. Ama a los demás porque en ellos ama a Cristo. Ama a los demás para que todos amen a Cristo y así tener en Él vida eterna.
San Alberto Hurtado alimentaba el amor de Cristo en la celebración diaria de la Eucaristía y la oración de una hora todos los días ante el Santísimo. Era también la fuente de su fortaleza, consuelo y alegría. Sus propias palabras al respecto son muy expresivas y originales: “Soy con frecuencia como una roca golpeada por todos lados por las olas que suben. No queda más escapada que por arriba. Durante una hora, durante un día, dejo que las olas azoten la roca; no miro el horizonte, solo miro hacia arriba, hacia Dios”.
Pidamos la gracia para que San Alberto Hurtado sea para nosotros un ejemplo y un intercesor de un amor apasionado por Cristo y los hermanos.