En este último tiempo, el tema de la seguridad ha copado los titulares de la prensa y la agenda política. Se nos informa del aumento de los delitos de mayor connotación social en todas las regiones del país. Las estadísticas muestran que en el año 2022 hubo un crecimiento de un 33,4% en los homicidios. Podríamos dar más antecedentes y más números de la situación delictiva en Chile. Pero no es necesario. Son datos ampliamente divulgados y de fácil acceso.
Ante la gravedad del problema delictivo, es comprensible la reacción de las autoridades para intentar darle una solución. Sin embargo, es evidente que no basta con resolver los síntomas. Es necesario ir a las causas. Mientras esto no se haga y se resuelvan los problemas de fondo, cualquier medida será insuficiente, incluso contraproducente. Aun suponiendo que se superase la delincuencia, sin ir a sus causas últimas, sería probablemente por poco tiempo, a coste de la dignidad de las personas y por medio de la instauración de políticas estatistas policiacas de corte totalitario.
¿Cuáles son los presupuestos sin los cuales es imposible superar la delincuencia en un contexto de una sociedad realmente humana?
Según mi parecer, los presupuestos son cuatro, sin los cuales no se resolverá, en el respeto de la dignidad de la persona, el problema de la delincuencia. Primero me referiré a los presupuestos, yendo de menos a más.
En Chile, a la base de la actual situación social hay cuatro temas que tocan la esencia de la persona humana y de la sociedad, que, por no estar resueltos, explican lo que estamos viviendo.
Lo primero se refiere al trabajo humano. Una posible explicación, pero parcial e insuficiente, del aumento de la delincuencia es el desempleo, que en abril bordea el 8,4%, trabajos precarios y sueldos bajos en relación a las necesidades básicas de una familia. Sin embargo, quizá tenga mayor influencia la distorsión generalizada del sentido más profundo del trabajo. Para muchos, hoy, lo más importante es ganar dinero a como dé lugar. El trabajo dejó de ser expresión de una dimensión moral esencial de la persona humana que se dignifica a través de su obrar y contribuye al bien de todos. Hoy se tiende al dinero fácil, más allá de la moralidad del modo de adquirirlo.
Lo segundo se refiere a la educación. La crisis educativa es evidente. Ya no se pretende educar a la persona en vistas a alcanzar la plenitud de su dignidad según su verdad y su bien y a ser feliz en comunión con los demás. La educación se ha convertido en una instrucción para alcanzar ciertas metas evaluables según los criterios de las políticas estatales. El énfasis es el hacer y el tener, pero no el ser de la persona, llamada a realizarse conociendo la, verdad, amando el bien y contemplando la belleza. A todas luces la educación es clave para superar la delincuencia.
Lo tercero se refiere a la familia. Ella es el fundamento de la sociedad, la primera educadora de la persona y el ambiente natural e insustituible de la socialización. Una familia fundada en el padre y la madre, unidos para siempre por amor y fidelidad en el matrimonio monógamo, es de la máxima importancia para asegurar un ambiente social seguro y confiable. La autoridad solícita y amorosa del padre y la madre orientan a los hijos hacia la verdad y el bien, capacitándolos para crecer como personas en la comunión con los demás.
Por último, lo más importante, es el reconocimiento de Dios vivo y verdadero, trascendente y personal, y la obediencia a la ley moral natural inscrita por Él en el corazón de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. En efecto, “si no es el Señor quien cuida la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (Salmo 127,1).
Mons. Francisco Javier Stegmeier.
Obispo de Villarrica.