Hermanos en Jesucristo:
En estos últimos tiempos nos hemos informado de graves faltas cometidas por relevantes personas representativas de diversos sectores y tendencias. Ya se ve que la inclinación al mal es transversal y nos afecta a todos, a unos más y a otros menos. Pero nadie se escapa.
La fe nos dice que detrás de esta inclinación al mal está el misterio del pecado original, que nos llega desde nuestro primer padre, Adán. Esto lo expresa así San Pablo: “Descubro, pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta” (Rm 7,21).
Las leyes y constituciones, por muy buenas y necesarias que sean, no son suficientes para que el hombre se porte bien. Tampoco basta con un excelente sistema de educación y una eficiente policía, aunque todo eso ayude a tener mejores personas y ambientes seguros.
Es necesario tener en cuanta que “la doctrina sobre el pecado original —vinculada a la de la Redención de Cristo— proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo.
En caso contrario, “ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres”.
Para que la persona obre siempre el bien y evite el mal se necesita ser virtuoso, es decir, tener hábitos arraigados en la inteligencia y la voluntad que inclinen libremente hacia la verdad y el bien.
Dada la herida infringida por el pecado original en la naturaleza humana, de la cual no podemos sanarnos por nosotros mismo, se requiere la gracia de Cristo que nos redima del pecado y nos conceda la vida nueva de los hijos de Dios.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica